Invadisteis mi casa
al caer la noche
con vuestros versos de alabastro,
vuestras amables familias y el derroche
de alegría,
mientras vendíais cualquier creencia
con el asedio de las ilusiones
convertidas en paradas de feria.
Me lanzabais con la palabra más agradable
las obras completas de una biblioteca
tan real como supuesta
los clásicos se alzaban a una señal vuestra
para decidir como maestros
apuntando con sus dedos de marmol
la mediocridad de mi existencia.
Qué rígido castigo,
los hijos de vuestros besos
jugaban a la rayuela sobre mis poesías,
el pecho que palpita bajo la herida
orgullo que sabe a mierda
admiración escrita con pintura roja
sobre el amplio muro de la envidia y la verguenza.
Me habeis presentado cordialmente la ruina
mis pretensiones derrumbadas bajo el polvo
amigable de vuestras palabras, vuestras vidas.
¿Cómo alzar ahora la cabeza
cuando sé que sois en verdad
el sincero descubrimiento de mi existencia mezquina?
Invadisteis mi casa, bebisteis mi
más entrañable sonrisa,
tan geniales que versificabais la realidad
bajo el aplauso de los tiempos y el seguro
amanecer de nuevos días,
me aceptásteis como vuestro,
en mi hogar, ante vosotros
me puse de rodillas
deshollaré mi carne rasgando gustoso la piel,
venid, asomaos,
vosotros que sois hombres de diccionario
el blanco exceptico de lo mundano
se extiende bajo mis músculos
teñido en los bordes por el afrutado
regusto de la hiel.