La arena yerma y distante,
el color del sol cuando blanquea hirviendo,
el profesor callado en la clase vacía,
aquel verano sin sentimientos,
el cuerpo pálido tiritando en el extremo
descontrolado del más intenso calor,
la ducha amarillenta ante el
grifo callado y diferente, con el
ruido cotidiano evitando
con sus torpes movimientos
enturbiar la quietud mugrienta que
vigila desde el techo la estancia y el
rencor.
¿Entiendes la teoría de los esfuerzos
prioritarios cuando los riñones maldicen
tu vientre con imprecaciones de
borracho que odia el alcohol?
Simétrico es el corte de la noticia
y la ficción.
Dios escucha siempre tus discos de
Mozart cuando abandonas tu casa
camino de la maquinaria
desvencijada que te llama por el nombre
de pila
cuando la enciendes, temeroso, y te ocultas
en cualquier rincón.
¡Di la verdad, idiota!
¿Padeces
como yo?
Ansia de morir entre el umbral del
éxito y la emoción del sinsabor,
con el protagonismo pataleando lenta,
lentamente en el ritmo de tu corazón:
la locura escondida en el fondo
descuadrado del último cajón.
Dejémonos de cuentos
y de palabras de antaño.
Suelo beber tequila desgranado
en el suelo del albergue para
poetas y desamparados,
con la lengua descompuesta
por las discusiones de cicuta,
los himnos que se cantan callando,
despojados de intención.
Sólo hay una respuesta,
hermano de vidrios y corazas,
para tu enigma de pajarillo
encarcelado en su rama:
“Apártate, que me tapas el Sol”.