Trabajo de funambulista
en un campo pedregoso
con los pies descarnados
de tanto pasear
por el borde de los tiempos.
La dureza del camino
patente en vuestros rostros
queda fundida, al ocaso,
con la brizna de luz
que recubre el horizonte
con su lento
inevitable trazo
de muerte diaria
de melancólico cansancio.
Al llegar a casa,
con la piel de limón amargo
desnudo la cama
para cubrirla con mi cuerpo sudado.
Bajo el colchón guardo
como un tesoro olvidado
el tacto de ser hombre,
el lento paladear de la noche
servida en esencia de barro.