Cansado
de los vientos en contra
de los albores sin reposo
de los vidrios, los coches,
las ideas lúcidas
los impulsos y los santos,
cansado de una ciudad
que ruge cuando se despierta
como un animal engañado,
perfumadita de espanto,
con los brazos entreabiertos
y los ojos caídos entre los
desechos y los guijarros,
los juguetes que esperan
ensimismados entre basuras
vagabundos sin sombra
sofas desorejados,
reposan las luces de la noche
iluminando con su rostro de
sala y tortura, de humo desvencijado,
la soledad sucia
de la moda sin costura
los vicarios paseantes que
se aprestan a parecer esperanzados
cansado de tanta letra,
de las lecturas que almacenan
sus panfletos refractarios
el hastío de la letra pequeña
de las llamadas de santo y seña
y para más historia,
de que Esparta, siempre,
venza a las ideas de Atenas,
cansado de Alejandro,
de querer ser grande
en un cuerpo tan pequeño como
puede serlo un ser humano
en el invierno, con sus soles
de vela y nochebuena,
de abrigos de rosa
y chaquetas de barro
los bares en calma
los clientes al contado
las vírgenes orgullosas,
las canciones de siempre,
con sus tonadas solitarias
hilvanadas sobre telas rancias
de un vacío callado,
las compras con sus precios
colgando,
las noticias esperadas
y el silencio, al final del pasillo,
donde la cuna reza un solitario.
Cansado del presidente,
cansado de las políticas deterioradas
en el mundo de los barrios,
las nubes secas siguen volando
sobre nombres de plazas dedicadas
a hombres de perro y ave,
rabioso recuerdo que se rie
de no ser pasado.
Cansado, pero no de la
vida, ni de tu cuerpo de cobre
amalgamado en mi estaño,
ligero el movimiento de tu pecho
cuando sueñas el amor
al calor del abrazo;
sencillamente un poco harto
de tanta ciencia
en la conciencia de cuanto pasa,
como el tiempo de ahora
con cantar de novedad,
se relatan gestas conocidas,
se abusa del terror y del fracaso.
Cansado, pero me giro a tu brillo
brisa, y nos vemos en compás de
dos, ironía de saldo,
como si nunca la risa
nos hubiese abandonado.