Cerrad los ojos
y allí está,
la ciudad.
Marmol sonrojado
poor emociones en ebullición
lugares sagrados de sabios
con barbas de paja y palabras
balbuceadas por las piedras
entre congojas de siembras
y sal.
La ciudad
que ya no es
ciudad, sino ruinas,
la ciudad,
que ya no es nada,
desierto de sombras
que bailan pasodobles
al ritmo de cítaras
y melodías de los grillos,
cínicos amos del lugar.
Cierro los ojos,
la ciudad
blanca como una virgen,
abro los ojos
cierro los ojos
la ciudad
roja como la rosa
cegados los brillos de las estatuas
en el fuego de los soldados
y el cansado repiquetear de los tambores.
Echo de menos
la ciudad.
Ideada para ser idea
con esplendor de joya
labrada en mil piedras.
Soñada por los cuentos
en noches de cordura
y libros de filosofía.
Tu ciudad.
Los hombres no aprenden
a amar los cimientos uterinos
de sus congéneres.
Erosiona el tiempo con los golpes
incoherentes de la espada,
viola la mente de los ausentes
con la memoria olvidada.
Solo hay una madre,
pero siempre queda
la ciudad
a los huerfanos del hambre
a los voluntarios del amor
que guardan en sus ojos el reflejo
del sombrío sueño de la libertad
ante la conciencia lacerada.
Sobre la colina humeante,
entre perros de plata
y abruptos requiebros del mar
se alza, imponente,
la amante impotente,
la ciudad.