viernes, 3 de julio de 2009

prometido

Prometo que el alba te encontrará siempre
desnuda,

prometo que nunca dirás
jamás,
prometo que la sombra de tu mano será
la mía,
prometo dos besos diarios,
uno para la noche, otro para el día,

prometo acompasar el ritmo y la
melodía,
prometo sostenerle al tiempo
la mirada,
por ser nosotros, seremos vida,
prometo cubrirte con el cielo,
salarte con el mar,
ser sentido y pregunta,
silencio y charla,
para llenar tu ombligo
de curiosidad encarnizada,
prometo buscar en tu cuerpo el delirio dibujado
por la ropa más íntima de nuestro ajuar.



Te prometo que uno y uno sumarán
mucho más que dos,
te prometo pequeños momentos de azucar
desparramados en la mesa de cualquier bar,
te prometo ser pan si tu quieres ser
agua,
te prometo soñar.

Prometo un vientre enchido por días,
meses,
con sus mil mañanas,
y cuando el sol se ponga,
saldremos a bañar el rocío
con tus ojos de guirnalda.
Te prometo ser estío,
y luego, inviernos de estufa y manta,


todas las palabras del destino,
la luna y el sol echos anillo,
te prometo mi hogar.



Te prometo el mundo completamente florido,
y si no falto a mi palabra,
prometo no ser más
nada
nada más.


lunes, 29 de junio de 2009

Las dos viejas

En la mano un bolso de abuela.
La vieja, todo sonrisa, con su piel
de naranja y su mirada de cera.

Del brazo la acompaña una amiga,
casi tan antigua como las modas
y las coherencias.
Pasean, aisladas del ruido por
el compartido diálogo de la sordera.



Se caminan los puestos, los jovenes
que meten mano en los vaqueros de sus parientas;
las caminantes comentan,
rien, probablemente ni piensan.
El tiempo está de su parte

en la tierna ingenuidad de un atardecer
del dorado final de la primavera,
la mano, el bolso,
la compañía ineludible sube y baja las ramblas
con el recuerdo como aliado
y la noche entre las piernas.


El oasis

La lengua poética perdida
entre las sábanas de arena,
largos brazos que envuelven
el movimiento de la tierra.
Se quema en un rincón del pasado
la sucia cera de alguna vela.



La mano finaliza su periplo
en el manantial divino del aliento
y la promesa.
El laberinto se torna estancia
de abrigo tibio, de palmera.
La tormenta nos envuelve,
el oasis está cerca.


Finis Terrae

 En el final del mundo no hay ventanas os pensáis que se ve bonito y solo se ven heridas, lágrimas un dolor que tapa la ropa que no se dice ...