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jueves, 27 de mayo de 2010

El clamor

Cuando me ataron al mástil vi
una luna sostenida, dispersa entre la niebla
la noche iluminada por un sol de ébano
la ceniza emparejada paseando de la mano,
más abajo, el mar ensimismado
acariciándose los bajos,


y los hombres del barco

ocupados en ejercicios rutinarios

de cera y poniente, de caballo.

En la sombra de nuestra vela había un prado.
Paseábanse mis recuerdos en él,


enamorados de la risa y el ocaso.
Allí aprecié también la tierra vana


que nunca habíamos buscado,

y todas las noches que nos perdimos esperando,

noches de subir colinas, de aletear de patos.

Noches, en una palabra, que todavía guardo.

Pero, vamos, me dije,

que la tierra arañada no seque este casco

de nave orgullosa de su sangre y su pasado

y di orden a mis hombres

con el mentón encorvado

que remaran hacia el final de los sueños

hacia silencios inesperados.

Sordos todos ellos a la queja,

olvidables olvidados,

fueron la fuerza de una fiera
despedazando el mar a palos,


y cruzamos el agua espesa
con rugir de viento


y gemidos de enamorados.

A lo lejos, como en una vida

que no fue nunca la nuestra
pude oir cierto sonido meloso,


ufano. Pensé en la patria

ese lugar del vientre tan bien sembrado,

y en el rostro de Mireia

alma de simiente y cuerpo de azucar,

Penélope de mis encanecidos brazos.

Qué grato silencio sonoro pude sentir entonces

al vogar de los gritos callados.

Me así a mis ataduras

el palo mayor como ancla de barco

pero me perdía, me perdía

entre recuerdos de luz y cancioneros sinuosos

mecidos por el susurro de la nostalgia

por la triste brisa de los tiempos abandonados.

La isla aparecía a la vista.

Profundamente nos acercamos. En la oscuridad

atendí su rugido de mar y madera,

su aullar de perro abandonado,

un ritmo de canciones tiernas

al compás de sonidos divergentes,

ensortijados.

Escuché tan ansioso la tonada
que olvidé mujer, patria y barco.


Mis hombres de cera fueron entonces

una piedra sin sentimientos,

una columna de marmol.

Siguieron remando, efectivamente,

a pesar de mis gritos amputados.

El barco nunca se paró.

Nunca se para el barco.

Pero en la noche, a popa,

pude ver entre ola y ola

un grupo de sombras esquivas e iniestas

aferradas a sus recuerdos de plástico.

Las voces roncas y los labios deshilachados.

Eran, todas ellas, viejas amigas de la vida,

bellas amargas piedras sin motivo,

sucios reductos alzados sobre los restos del pasado,

recuerdos sin memoria en el clamor de los años.

Anclado, yo fui roca,

y el cielo envenenado

dio la vuelta al mediodía

para que nuestro viaje, siempre nada,

se volviera, eternamente,

la última pesadilla del ahogado.

viernes, 3 de abril de 2009

Gracias por su visita

Hablas mil culturas,
con sus idiomas de broche y cinta,
tu solidaria soledad te discrimina.
La realidad no se captura,
la caza ha sido buena,
crees que, al final de todo,
te sonríes de la vida.



Pero esta no es tu ciudad,
nunca una tierra será la tuya,
y encerrada en una caja de plástico
guardas el retrato de una vieja isla.
Nausicaa te esperaba en la playa,
y tú emprendiste la huida.

Tu destino resta escrito
en las servilletas de cualquier cafetería.


jueves, 13 de noviembre de 2008

Homero - Odisea (fragmento)

Uno a uno a mis hombres con ellos tapé los oídos
y, a su vez, me ataron de piernas y manos
en el mástil, derecho, con fuertes maromas y, luego,
a azotar con los remos volvieron al mar espumante.
Ya distaba la costa no más que el alcance de un grito
y la nave crucera volaba, mas bien percibieron
las Sirenas su paso y alzaron su canto sonoro:
"Llega acá, de los dánaos honor, gloriosísimo Ulises,
de tu marcha refrena el ardor para oír nuestro canto,
porque nadie en su negro bajel pasa aquí sin que atienda
a esta voz que en dulzores de miel de los labios nos fluye.
Quien la escucha contento se va conociendo mil cosas:
los trabajos sabemos que allá por la Tróade y sus campos
de los dioses impuso el poder a troyanos y argivos
y aún aquello que ocurre doquier en la tierra fecunda".
Tal decían exhalando dulcísima voz y en mi pecho
yo anhelaba escucharlas. Frunciendo mis cejas mandaba
a mis hombres soltar mi atadura; bogaban doblados
contra el remo y en pie Perimedes y Euríloco, echando
sobre mí nuevas cuerdas, forzaban cruelmente sus nudos.
Cuando al fin las dejamos atrás y no más se escuchaba
voz alguna o canción de Sirenas, mis fieles amigos
se sacaron la cera que yo en sus oídos había
colocado al venir y libráronme a mí de mis lazos.

Finis Terrae

 En el final del mundo no hay ventanas os pensáis que se ve bonito y solo se ven heridas, lágrimas un dolor que tapa la ropa que no se dice ...