La razón de la sinrazón. Carta abierta.
Señores,
En el día de hoy, la democracia occidental, y en concreto, la española, ha puesto de manifiesto una de sus contradicciones. Frente a los valores que revisten los maravillosos discursos de nuestra sociedad, como la participación, la solidaridad, la responsabilidad o la lucha por un mundo sin violencia, esta mañana muchas de estas ideas han caído en el suelo árido del asfalto y la piedra que recubren la Plaça de la Universitat, en el centro de Barcelona. Y es que, pese a las ideas de unos y otros, el Estado ha demostrado una vez más que uno de sus elementos definidores es el monopolio del ejercicio de la violencia, tal y como han demostrado las acciones de los cuerpos policiales contra los estudiantes que cualquiera de nosotros habrá podido observar en las imágenes de los informativos. Me pregunto cómo puede ser que hayamos llegado a este punto. Este país nuestro, esta democracia que es, en sí misma, una representación de nosotros y de nuestra voluntad, ha dejado de lado sus mitos fundacionales y ha recuperado el pasado más negro de España de forma activa. Me pregunto también qué pasaría si yo mismo hubiese estado entre los presentes, qué hubiese hecho, cómo hubiese reaccionado ante este inhóspito espectáculo del centro de la ciudad.
Con demasiada frecuencia, la opinión pública ha cargado las tintas en contra del carácter de los jóvenes de nuestro tiempo, de su nihilismo y su despreocupación, de su falta de respeto a todo cuanto fue una reivindicación vital durante el período de la tan reciente dictadura. Sorprende entonces que en el mismo momento en que nuestros muchachos se involucran en la lucha por una sociedad mejor para el futuro, la respuesta haya sido la de la represión. El diálogo ha muerto esta mañana. Pienso en esos estudiantes universitarios, que son la democracia de hoy y de mañana, hijos y nietos de todos nosotros, pidiendo aquello que consideran justo. No encuentro tampoco justificación en los discursos oficiales que justifican la acción desmesurada del ejercicio de la brutalidad y el descontrol de las fuerzas de seguridad. En este caso, creo, parece como si quisiesen protegernos de nosotros mismos, de nuestra propia voluntad. Y, recodemoslo, la democracia es fruto de la unión de la voluntad individual de una forma colectiva. Quizás deberíamos recordar cuánto costó obtener todo lo que ahora nos permite formar parte del estado de bienestar con el que tanto nos congraciamos. Cuántas luchas hicieron falta, y el sinsentido de los palos que se les dieron a tantos ciudadanos.
Aquellos jóvenes nuestros (porque son nuestros) han apostado por la reflexión, cosa normal y encomiable, evidente en estudiantes universitarios, gente formada para la crítica y la opinión. En las clases han aprendido que el mundo se cambia gracias a la acción. Y su acción ha sido plenamente pacífica, tal y como atestiguan las múltiples plataformas de profesores e investigadores que han dado su apoyo a las movilizaciones, comprendiendo que los estudiantes estaban poniendo en práctica aquello que entendían que era lo correcto. Si las cosas no hubiesen sido como han, es probable que incluso les considerásemos verdaderos héroes de nuestro tiempo. Es más, si las imágenes de esta mañana tuviesen una proveniencia externa, hechos que aconteciesen en un país extranjero cualquiera, el impacto emocional hubiese movido a muchos a empatizar con todos ellos. Pero esto que vemos ha pasado aquí, somos nosotros mismos y nuestros cuerpos policiales, nuestros recursos y nuestros representantes los que han puesto de manifiesto que el verdadero recurso inapelable de la democracia que somos es, al fin y al cabo, el ejercicio de la violencia, la supresión violenta de cualquier reflexión. La crítica como punto de inflexión también ha sido apaleada esta mañana.
Qué fácil nos resulta ahora dibujar a estas víctimas de nuestras propias condenas democráticas como los culpables de cuanto ha pasado. Los jóvenes, al fin y al cabo, nos decimos, sólo saben de fiestas y sucedáneos. Pero esta mañana algo ha dejado de tener sentido. Nosotros mismos y nuestros ideales constitucionales, si lo pensamos un rato.