Esta es una de mis facetas favoritas.
Es, de hecho, mi canción. Con otra cara. Otra cara preciosa.
Había un hombre en la calle
durmiendo estirado en el suelo
los niños pasaban
jugando con hojas secas
caídas de los árboles
al hombre le salían monedas
de pequeño valor
entre sus encorvados dedos
las monedas tenían el mismo color
que aquellas hojas secas
parecían caídas de sus manos
las monedas
como resultado del otoño.
Había un hombre
aunque bien podía haber sido,
ya sabes,
un montoncito de ropa
olvidado al azar
por alguien
sobre el asfalto
parecía que hacía tiempo que para él
la primavera hubiera pasado
quizás dormía
había alcohol en un recipiente cercano
me hubiese gustado tomar un trago
y sonreirnos ambos con un rayo de sol
pintándo de rosa nuestros labios
Había un hombre,
y yo hice como tú,
seguí andando.
Del goce
nunca está ausente el dolor:
mientras acaricio morosamente
la dulce piel
de tus senos
de tu cuello
de tus brazos
de tu pubis
no dejo de palpar con atención
los ganglios
las mamas:
un bulto insidioso
podría ser el maldito anuncio
del fin de toda belleza.
Del dolor
que todo placer
encierra.
Amaneció lloviendo en Barcelona
-ciudad de aguas escasas-.
Hilos transparentes
agujas de araña
se descolgaban lentamente.
Sostuve el cielo con las manos
con los sueños con el pensamiento.
Una oración
una pequeña súplica
una demanda:
que las aguas no se detuvieran
hasta tu llegada
para flotar conmigo en el diluvio.
La pregunta que me atormentaba a los seis años,
“¿por qué soy yo y no cualquier otro u otra?”
sigue sin respuesta
muchos años después.
Sólo que en ese tiempo
a menudo he sido otro
otra
sin necesidad de ir a Casablanca
a cambiar de sexo
ni a una clínica de cirugía estética
a cambiar de aspecto.
En el final del mundo no hay ventanas os pensáis que se ve bonito y solo se ven heridas, lágrimas un dolor que tapa la ropa que no se dice ...