miércoles, 1 de octubre de 2008

Cinicos

La arena yerma y distante,


el color del sol cuando blanquea hirviendo,


el profesor callado en la clase vacía,


aquel verano sin sentimientos,


el cuerpo pálido tiritando en el extremo


descontrolado del más intenso calor,



la ducha amarillenta ante el


grifo callado y diferente, con el


ruido cotidiano evitando


con sus torpes movimientos


enturbiar la quietud mugrienta que


vigila desde el techo la estancia y el


rencor.



¿Entiendes la teoría de los esfuerzos


prioritarios cuando los riñones maldicen


tu vientre con imprecaciones de


borracho que odia el alcohol?



Simétrico es el corte de la noticia


y la ficción.


Dios escucha siempre tus discos de


Mozart cuando abandonas tu casa


camino de la maquinaria


desvencijada que te llama por el nombre


de pila


cuando la enciendes, temeroso, y te ocultas


en cualquier rincón.



¡Di la verdad, idiota!


¿Padeces


como yo?



Ansia de morir entre el umbral del


éxito y la emoción del sinsabor,


con el protagonismo pataleando lenta,


lentamente en el ritmo de tu corazón:


la locura escondida en el fondo


descuadrado del último cajón.



Dejémonos de cuentos


y de palabras de antaño.



Suelo beber tequila desgranado


en el suelo del albergue para


poetas y desamparados,


con la lengua descompuesta


por las discusiones de cicuta,


los himnos que se cantan callando,


despojados de intención.


Sólo hay una respuesta,


hermano de vidrios y corazas,


para tu enigma de pajarillo


encarcelado en su rama:



“Apártate, que me tapas el Sol”.



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