miércoles, 11 de junio de 2008

Rimbaud - Una temporada en el infierno

Antaño, si no recuerdo mal, mi vida era un festín
en el que todos los corazones se habrían,
en el que vinos de todas clases fluían sin cesar.




Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas.
-Y la encontré amarga. -Y la injurié.




Me armé contra la justicia.


Y huí.


¡Oh brujas, oh miseria, oh saña: sólo a vosotras os fue confiado mi tesoro!


Conseguí disipar en mi espíritu todo resto de humana esperanza.


Sobre toda alegría, para estrangularla, realicé el salto sigiloso de la fiesta.



Llamé a los verdugos para morir mordiendo la culata de sus fusiles.


Llamé a lasa plagas para así poder ahogarme en la arena, la sangre.


La desdicha fue mi dios.


Me revolqué en el fango.


El aire del crimen me secó.


Se la jugué a la locura.




Y la primavera me dio la risa horrenda del idiota.



Pero, recientemente, cuando ya estaba a punto
de estirar la pata, decidí buscar la llave que me
abriera las puertas del antiguo festín,
en el que, quizás, recobraría el apetito.



La caridad es esa llave.
-¡Esta inspirada afirmación demuestra que he estado soñando!



"Siempre serás una hiena, etc...",
exclamaba el demonio que me coronó con tan amables adormideras.
"Bien, gánate a pulso la muerte con todos tus apetitos,
y tu egoísmo y todos los pecados capitales."



¡Bueno! Ya he tenido bastante:
-Pero , querido Satanás, se lo ruego,
¡no se irrite tanto! A la espera de esas pequeñas bajezas
que no acaban de llegar, arranco, para usted que ama
el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas,
unas cuantas hojas repelentes de mi libreta de condenado.



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