de la vista desde su ventana, de los muebles o la decoración
de su casa, de sus pensamientos, de uno mismo.
Uno intentará en consecuencia encontrar vías de escape.
Además de los artilugios de autogratificación antes mencionados,
uno también puede probar cambiar de trabajo, de residencia,
de empresa, de país, de clima, puede darse al alcohol, a la promiscuidad,
a los viajes, las clases de cocina, las drogas, el psicanálisis (…)
De hecho, uno puede hacer todas esas coas, y tal vez el asunto funcione
durante un tiempo. Hasta ese día, claro, en que uno se despierte
en su habitación rodeado de una nueva familia y de una decoración diferente,
en otra región y otro clima, en medio de una montaña de
cuentas del agente de viajes y del psicoanalista,
pero con la misma vieja y conocida sensación al mirar la luz del día que se cuela por la ventana.