Los palos más viejos del bosque
se han alzado
en rebelde bastonada
contra la madera verde
saliendo a los prados
para evitar la quema
inevitable
del polvo y la ceniza
portan su fuego de polilla y mosca
contra las semillas nuevas,
arrancando a su paso
frescos ramos, flores
y estambres.
No quieren saber nada
de una nueva primavera,
ellos que vivieron, hace tiempo,
otros campos floridos,
ahora simple abono de ideas nobles,
y esgrimiendo el recuerdo
de otras talas, otros montes,
persiguen con sus cortezas
arrugadas y mustias
el frondoso futuro de los
árboles que quieren hacer bosque.
La savia corre como el arroyo
saltarín y pasional en el
corazón de la arboleda.
Los ancianos, en su decadente ramaje,
han impuesto el imperio de los hombres de estaño,
que no saben de pinos o de robles,
y con porras de madera muerta
rasgan, uno a uno, la tierna capa
que es la cúpula del bosque.
Se fragmenta la memoria del fuego
bajo una lluvia de hojas muertas,
sepultando con polvo
el oloroso resinar de los jóvenes.